
Para dar la noticia del siglo había que saber latín. No era necesario resultar especialmente listo ni saberse el tumbaburros de la enciclopedia Espasa Calpe de la A a la Z, pero sí ir un poco más allá del rosa, rosae. Porque el titular que nadie esperaba y que cualquier plumilla habría querido adelantar estaba escondido entre un buen montón de frases en la lengua de Cicerón.